Herrar o quitar el banco: Cuenta la leyenda (¿o la historia?) que un herrero obtuvo cierta vez, a través del pedido de un permiso especial a sus vecinos, el privilegio de instalar sus elementos de trabajo -potro, bramadero, etcétera- en medio de la calle. Pero después, por razones que se desconocen, aunque se supone que debido a la distracción que le causaba permanecer casi todo el día en medio de la calle, el buen hombre no ejercía su profesión, con lo cual, sin rendir ninguna utilidad a la sociedad, los pesados aparejos seguían entorpeciendo la circulación por la calle de la población. Por supuesto, esta actitud irritó a los vecinos quienes finalmente acabaron por conminar al artesano a herrar o quitar el banco, frase que se hizo proverbial para señalar cualquier disyuntiva en virtud de la cual una persona es obligada a cumplir con los deberes de un cargo o función, o bien, a renunciar a ello.