Amanecía y con los primeros rayos de sol el brujo bizenok se dispuso a conjurar a las hadas del mal, pero de repente, sin esperarlo, apreció Xio blandiendo una espada, con la que pretendía acabar con el malvado brujo Bizenok, pero no había tenido en cuenta que sus esbirros la tenían entre ceja y ceja, y que cuando se diera la vuelta, iban a caer en la trampa, y entonces apareció Chepatorrowsky, que pretendía dar una certera y mortal estocada a Bizenok, pero no fue posible, cuando se disponía a ejecutarlo, apareció Nikolovsky lanzando un haz de luz desde su cuadriga tirada por tres caballos, pero cuando todo parecía que todo iba a salir como estaba previsto, Nikovky falló el tiro y cayó al suelo de cabeza, rompìéndose el cordel que amarraba su peluca, cuando pretendía ponerse en pie, se dio de bruces contra la pared en un muro, este golpe hizo que recapacitara y sin mediar palabra se adentró en el agujero ocasionado por la explosión de la carga de dinamita que llevaba.
Una vez dentro, pudo comprender lo que el manuscrito contenía, sin embargo, todo iba a cambiar en los instantes siguientes, nunca se hubiera imaginado que el desarrollo de los acontecimientos se volvería tan turbio como el contenido indicaba. Al leerlo no pudo contener la emoción, todo volvía a ser como al principio, nada había cambiado. El contenido del manuscrito se empezaba a aclarar, todo hacía presagiar que los acontecimientos iban a ir sucediendose uno tras otro, pero cuando todo parecía aclararse las rencillas entre los hermanos se hacían cada vez más intensas, llegando en muchos casos a ser desesperante, sin embargo el afecto sustentado por largo tiempo, hizo volver a la realidad de la situación, la espada pedía sangre y sangre tendría.
El almirante Dayorowsky estaba observando desde la atalaya como salia su compañero Nikolovsky con la compañía de sus temidos guerreros dispuestos para una nueva batalla, pero en la lontananza apareció un angosto samurai fornido y con ganas de terminar con todo lo que se movía. El samurai, apodado jaslandoski, blandió su espada intentando imponer allí su ley, pero sin más, no lo consiguió porque eran demasiados yakuzas para él, pero no se arrugó y empezó a aniquilarlos uno tras otro con su espada samurai. Detectó que todo lo que parecía ser bueno no lo era, lo que era malo, tampoco, su desconcierto era total y cada vez estaba más confuso. Sin mediar palabra, sacó de su mochila una especie de ungüento amarillo muy espeso que una vez puesto en la espada, esta empezó a lanzar al aire una danza siniestra, haciendo que los allí presentes volvieran su mirada atónitos hacia la punta fina de su estoque. Sin más, cayeron fulminados y Jaslandoski aprovechó para asestar el golpe definitivo, que iba a hacer temblar los cimientos del castillo en el que sus enemigos se habían refugiado. Salieron uno por uno al patio de armas con las espadas en alto, pero pronto