Pica los ajos en un mortero con una pizca de sal.
Coge una aceitera con el emboque muy fino y empieza a verterse el aceite muy despacio y sin dejar de remover con la otra mano. Se irá formando una pasta muy espesa, que irá creciendo mientras sigamos echándole aceite. No se puede dejar de remover nunca.
Solo al final cuando ya esté terminado, si se tiene que rectificar de sal se puede hacer con cuidado.