¿Cuál es, pues, el motivo para que actualmente su uso esté totalmente prohibido? Pues muy sencillo: la creosota. Estas piezas de madera, usualmente de roble, precisaban de un tratamiento muy agresivo para poder conservar su solidez y flexibilidad de cara a la estancia a la intemperie y al paso constante de los ferrocarriles. Y esta resistencia se obtenía impregnando las traviesas con un producto llamado aceite de creosota (un derivado del alquitrán). Está demostrado que la creosota es altamente tóxica y cangerígena, y esto ha motivado el veto al uso de las traviesas