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"Que bonito es compartir"

Iniciado Por gabriel10, El día 19 de Enero de 2015, 21:31:41 21:31



Autor Tema: Que bonito es compartir  (Leído 447 veces)

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Que bonito es compartir
« en: 19 de Enero de 2015, 21:31:41 21:31 »
CARGAR EL VENADO


Estaba un hombre a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la
sombra de un frondoso árbol; se le miraba triste y meditando cabizbajo.
Casi, casi a punto de soltar el llanto. Así lo encontró su compadre y amigo
de toda la vida, quien al verlo en semejante situación, le preguntó cuál era
el motivo para estar en una situación tan desesperante.
- Compadre, ¡¡la desconsiderada es mi mujer!! Ella es la culpable de mi
situación. Esta noche la desaparezco; pero que se muere, se muere.

- No diga eso compadre, mejor dígame por que la quiere matar; a lo mejor yo
puedo ayudar a encontrar una mejor solución al problema.

El compadre después de respirar profundo y conseguir la calma, empezó su
relato: Mire compadre, usted sabe que somos muy pobres y en mi humilde
rancho la única forma de acompañar los fríjoles es con un pedazo de carne
que consigo en el monte cuando salgo de cacería. Me voy con mi escopeta,
paso varios días de penalidades, arriesgándome con los peligros del monte,
esquivando víboras y animales salvajes, soportar la terrible comezón que me
producen las garrapatas, los piquetes de mosquitos, aguantar el frío de las
noches que se mete hasta los huesos. Luego, por fin, si la suerte me
socorre, logro cazar un venado; pero aún así, tengo que cargarlo a mis
espaldas todo el largo camino de regreso al pueblo y subir la cuesta de la
loma hasta llegar a mi casa. Todavía no termino de llegar, cuando aparece mi
señora con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el
venado entre los vecinos y sus familiares. Que una pierna pa'doña Juana, que
otra para doña Cleo, que este lomito pa'mi mamá, que las costillitas pa'mi
hermana, que esto pa'llá y a los dos o tres días de nuevo sin nada que comer
el tonto, otra vez de cacería. Pero ya me cansé y esta noche la desaparezco.

El compadre después de meditar un momento, le dió la solución: Invite a su
mujer a cargar el venado. -¡¿Qué?!

- Sí llévese a la comadre de cacería, no le diga las penurias que pasa para
llevar el venado a casa. No le hable de los caminos empredrados, ni los
mosquitos, ni los peligros, ni del frío. Invítela a la cacería para que
disfruten juntos de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que
cobijan la noche, de los manantiales cristalinos que reflejarían
románticamente sus imágenes, de la graciosa manera en que caminan los
venados, como si fueran bailarines de ballet; del dulce canto de los grillos
y pájaros silvestres. en fin, píntele bonita la cosa.

El compadre siguió el consejo y por supuesto la convenció.

Ella, entusiasmada fue con falda larga hasta el tobillo, que poco a poco se
le desgarraba con las púas en el camino; la blusa le quedó toda dañada, los
zapatos se le rompieron por las piedras y las espinas la hicieron sangrar.
El cabello se le maltrató: le quedó tieso como estropajo. Se le pegaron por
todas partes garrapatas y muchisimos insectos. Las manos llenas de ampollas
y llagas que se le hicieron al abrirse paso entre el espeso monte y estuvo a
punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora.

Por fin, después de tantos martirios encontraron un venado. El hombre
sigiloso se acerco a su presa, localizó el blanco justo para liquidar al
escurridizo animal; con agilidad pasmosa disparó y el venado cayó muerto. La
mujer no cabía de júbilo pensando en que su sufrimiento había terminado,
pero no era así.

- Ahora mi amor, quiero que cargues el venado para que veas lo bonito que se
siente, le dijo el hombre masticando con una expresión rabiosa cada una de
sus palabras.

La mujer casi se desmaya ante la mirada asesina de su marido, pero ante la
desesperación por regresar a sus casa, ni para protestar tuvo alientos.
Cargó el venado en su espalda hasta su casa, casi muerta con las piernas
temblando, jadeando y a punto de reventársele el corazón; al llegar tiró el
animal en la sala de su casa.

Sus hijos y vecinos salieron a recibir a la pareja de cazadores y
acostumbrados a la repartición, gritaron con alegría:
- ¡¡¡ Vamos a repartir el venado!!!

La mujer tirada en el piso, hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la
cabeza y con los ojos inyectados de sangre, volteó a los vecinos y agarrando
aire hasta por las orejas, les gritó:

- ¡¡¡ El que me toque ese venado, LO MATO!

REFLEXIÓN

Para valorar el esfuerzo ajeno y respetar la real dimensión del trabajo de
los demás, todos debemos aprender a "cargar el venado". Muchos tienen
riquezas, empresas y comodidades porque durante años cargaron muchos venados
para llegar donde están ahora.
Y muchos otros, como la comadre del cuento, siempre esperan cual hienas a
que llegue el familiar, el vecino, el amigo, el conocido o hasta el
desconocido con el venado a cuestas para caerle y desgarrarlo, sin importar
el esfuerzo que les ha costado conseguirlo.

La experiencia adquirida con el paso de los años nos ha enseñado. Que sólo
se valora aquello que se ha adquirido, como resultado de nuestro arduo
trabajo, que sólo cuidamos aquello que nos ha costado esfuerzo, sudor
sacrificio y hasta lágrimas.