Córdova la bella, llena de embrujo, califatos y reinos de visigodos, como el rey Leovigildo
He cerrado los ojos, y aunque lejos
divisé tus iglesias, mezquitas, sinagogas;
con sus palmeras vi, mi barrio de niñez,
Albaicines, Alhambras y Sacromontes,
avisté desde él, más de una vez,
con su avenida y sus malas aceras,
barrio envejecido, pero jovial y con ganas,
mi barrio de juventud, con sus plazuelas,
amplias calles con aceras, colegios,
ahí, donde me fijé en las niñas locuelas,
barrio joven de edad, pero senil.
Luego han venido los paseos,
por calles céntricas judaicas
hasta la tranquilidad del pozo Cueto,
desde el lavatorio “Conquistador”,
hasta mis alárabes oraciones,
para reencontrarme con mi viejo yo.
He bebido de tus fuentes y borracho
de tu cultura y tu saber, mis ojos
palmo a palmo han tocado tus casas
plateadas al brillo de Helio sobre la cal.
Al atardecer llegó a mis pies y a mis ojos
la cuadriculada Corredera,
a platicar me paré con la contorsionista
de Ambrosio de Morales,
al jardinero de San Lorenzo
le pedí el rosetón, anduve buscando
a la Carmela de San Cayetano,
a San Pedro, sus llaves, que dicen
del cielo tiene, fui a pedirle,
sin que supiese, que el cielo
es donde yo vivo.
Noche cerrada de nubes rojas, tabernera,
cuando mis pasos arrieros a Roma,
por el puente llevarme querían,
un tal Rafael me recordó donde vivo
y donde está el cielo y tras mis pasos volví
para refrescarme con un buen vino blanco,
acompañado de pan, mojado en aceite,
que con su pura y cierta claridad
me despertó, “y me mostró mi libertad,
y la de tus lomas”.