El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.
Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.
Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.
De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinque. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.
Un fuerte estruendo de oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos.