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"Una pareja se precipita por un barranco al tratar de hacerse un selfie"

Iniciado Por melli77, El día 04 de Mayo de 2022, 17:11:20 17:11



Autor Tema: Chanelazo total  (Leído 101 veces)

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Chanelazo total
« en: 15 de Mayo de 2022, 10:54:37 10:54 »
Chanel pisa con fuerza el podio de Eurovisión en un festival que otorga por solidaridad el micrófono de cristal a Ucrania

Se cumplieron todos los pronósticos. Tenemos Chanelazo. La cantante española consiguió un histórico tercer puesto del podio festivalero en una edición en la que Ucrania se alzó con el micrófono de cristal gracias al televoto que le regaló 439 puntos. La medalla de plata fue para el británico Sam Ryder, el tiktokero, Jesucristo Superstar vestido de cowboy espacial sedujo a Europa con su Space man.

Stefania es ya la canción ganadora del Festival de Eurovisión 2022, un tema escrito antes de la guerra y que nació como un homenaje a la madre de Oleh, su vocalista. En plena contienda, Stefania se ha convertido en el himno a todas las madres, incluso un canto a Ucrania, sintiéndola como la madre patria herida.

“Por favor, ayudad a Ucrania. Ayudad a Mariupol. Ayudad a Azovstal”, suplicó el cantante al finalizar el pase de campeón. Un escalofrío comunitario pululó por la bancada del Pala Alpitour de Turín. En su país, muchos de sus compatriotas vieron su actuación encerrados en refugios subterráneos o en búnkeres como en el que se retrató Timur Miroshnychenko, el locutor que retransmitía la gala. Los miembros de la banda Kalush Orchestra tenían dos días de permiso para viajar a Turín. A su regreso volverán a tomar las armas por la libertad. Tras conocer la noticia, el presidente Volodomir Zelenski les felicitó. “Nuestro coraje impresiona al mundo. Estoy seguro de que la victoria está cerca”.

Mientras, en la calle, en las redes y, con toda seguridad, en el mismísimo Alpitour, se abría la caja de pandora: ¿Es justo otorgar la victoria a un país por el mero hecho de estar en guerra? Puede que técnicamente Stefanía no sea el tema de mayor calidad de la edición, lo cierto es que el estribillo se cuela machaconamente en el cerebro en la segunda o tercera visita. Puede que tengan razón los que se quejan y denuncian que Eurovisión, más que un festival de música es un asunto político. ¿Cuándo no lo ha sido? Si el inolvidable Uribarri era capaz de adelantar las decisiones del jurado en base a las filias y fobias europeas. No seamos necios. En Eurovisión siempre ha primado la política. Quizá por eso, tampoco esté tan mal que desde Europa hayamos apostado por la unidad, una unidad que otorga un soplo de aire fresco a la sociedad ucraniana al tiempo que le envía una bofetada sin manos al país invasor, vetado en esta edición.

No se equivoquen, en los casi 70 años de vida del festival, lo menos importante ha sido la música. Ucrania se lo merecía, la pena es que haya sido en el año en el que España contaba con la mejor propuesta, en el año en el que recuperábamos el prestigio perdido. Los candidatos para representar a España en 2023 lo tienen crudo. Superar el Chanelazo se antoja harto complicado.
Esperanza española

Anoche, Laura Pausini, Mika y Alessandro Cattelan condujeron con soltura el festival de la esperanza española. La electrónica contagiosa de los checos We Are Domi inauguró la fiesta del Pala Alpitour. Tras el empacho de rayos y luces ultravioletas, WRS, bajo la bandera de Rumanía, invitó a la audiencia al primer aperitivo con cierto resabio español. Su Hola mi bebebé, Llámame, Llámame, su coreografía torera, sus meneos flamencos, incluso, esos rojos y negros pusieron en pie a los eurofans. A pesar de la fiesta, WRS se conformó con un medio puesto en la segunda parte de la tabla (18).

Portugal regresó al universo intimista de Salvador Sobral que le hizo ganar el festival en 2017 con Amar pelos dois y su récord de puntos (758). Maro, ganadora del Festival da Cançao, defendió la elegante Saudade, Saudade.

Los íconos del rock The Rasmus enarbolaron la bandera finlandesa con Jezabel, una historia coescrita y producido por Desmond Child que en clave de rock reivindica la fuerza y el poderío de la mujer.

Marius Bear reclamó a Europa el derecho a la lágrima masculina con su Boy do cry, a pesar de su magnífica voz y una puesta en escena elegante, la delegación Suiza no pudo superar el tercer puesto del año pasado (17). Como tampoco lo mejoró Francia. Fulenn, una canción de fuertes reminiscencias bretonas entralazada con los ritmos electro multiinstrumentistas de Alvan no pasó del penúltimo lugar, algo impensable en la trayectoria festivalera de nuestros vecinos.

Subwoolfer la banda más grande de la Galaxia, esa que según sus componentes se formó por primera vez hace 4.500 millones de años en la luna defendió para Noruega la pegadiza y bailable Give That Wolf a Banana: Los lobos amarillos quedaron en un honroso término medio. Nadie sabe quién vive debajo de esas caretas, que por cierto no son tan originales como pudiera parecer, puesto que Lady Gaga ya tiró de ese look licántropo en Bad Romance.

Rosa Linn representó a Armenia con Snap. Inmersa en una habitación cubierta de notas de papel vacías, la cantante huyó de todo tipo de artificios y pirotecnia festivalera. Apostó todo al blanco y falló (21).

Llegó el turno del dúo italiano Mahmood y Blanco. Italia, el país anfitrión

Estuvo representado por la canción Brividi, una balada que llora la ruptura entre dos chicos, una composición melódica aplaudida hasta la extenuación por la comunidad LGTBI que celebra ver un tema tan romántico como éste defendido por dos hombres. Lamentablemente no empastaron las voces y en algún momento incluso desafinaron. Estaban entre los favoritos y se cumplieron las expectativas. Italia quedó en un magnífico sexto lugar. Lo cierto es que jugaban con ventaja. El Festival de Eurovisión se ha convertido en un punto de encuentro de la comunidad LGTBI, un festival encumbrado, con orgullo, por los eurogays. Sin esta comunidad hace tiempo que el certamen habría caído en el ostracismo. A ellos le debe su resurgimiento. Un tema que visibiliza el amor homosexual no cabe duda de que juega con la carta ganadora.
España, el plato fuerte de la noche

Al filo de las 22.00 horas arribó el Chanelazo. Impecable. SloMo se convirtió en el plato fuerte de la noche, le pese a quien le pese. Chanel, la diva eurovisiva del año, pisó el escenario con soltura, sensualidad, regalando gorgoritos como si la coreografía fuera un paseo por las tablas. Ya saben, para conseguir tanta perfección hay que correr en la cinta con tacones. Los gritos del público se colaban entre los acordes de break dance, mientras la estrella bailaba arropada por el cuerpo de baile y abrazada por la estructura de luces leds creada por Rob Sinclair, técnico que ha trabajado también con Kylie Minogue. Hacía décadas que España no presentaba una propuesta tan soberbia que le ha reportado ocho doces del jurado profesional y 459 puntos en total. Bajo esos tres minutos de gloria hay años de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Es la primera vez en la historia que España es bronce en Eurovisión. Chanel ha logado el mejor puesto de España en el siglo XXI.

Países Bajos pasó sin pena ni gloria. Lamentablemente sirvió de recreo entre la fuerza y perfección española y el folclórico hip hop ucraniano, favorito de todas las casas de apuestas y flamante ganador.

El cantante de pop, rapero y compositor germano-estadounidense Malik Harris bajó los decibelios del Alpitour con su Rockstars. Heredero de Eminem, no convenció ni a los profesionales ni al televoto (6).
Exceso de baladas

La balada afrancesada de Monica Liu sedujo al público, la dejó justo en la mitad de la tabla (14), pero no se equivoquen no, que el look de la artista rezume cierto aire parisino, que parezca el alter ego de Mireille Mathieu, no significa que cante en el idioma del amor. Su Sentimentai suena en lituano, idioma por el que esta delegación no apostaba desde hace 20 años.

Era la decimocuarta vez que Azerbaiyán participaba en el festival de Eurovisión. Lo hizo de la mano de Nadir Rüstəmli que interpretó Fade To Black. Irreconocible, para la final Rüstəmli se cortó los rizos que lució en la segunda semifinal y como Sansón, perdió la fuerza, se quedó en un decimosexto lugar a pesar de que fueran para él los 12 puntos del jurado español.

De ganar La Voz belga en 2021 a Eurovisión. Jérémie Makiese defendió Miss you, una canción bien interpretada, afinada, templada y ajustada, pero… la enésima balada de la noche y por eso sólo obtuvo 64 puntos.

La misma idea tuvo la delegación griega que buscó la victoria con otra lenta. A los helenos se les atraganta el micrófono de cristal desde 2005, año en el que Helena Paparizou ganó el festival con My Number One. A última hora la delegación helena se había colado en el top ten y ahí se quedó en una estupenda octava posición.

Systur buscó la luz del alba con Með Hækkandi Sól, una puesta en escena setentera que dejó a las tres hermanas islandesas las terceras por la cola. Gracias a Dios, la fiesta regresó al Pala Alpitour de la mano de Moldavia. El tren folclórico moldavo de los veteranos Zdob și Zdub (que en 2005 fueron los primeros representantes de Moldavia en Eurovisión) despejaron el sueño del respetable gracias a su Trenuletul, una canción interpretada en clave de rock folk que narra un viaje en tren desde Chisinau a Bucarest. Y de nuevo una historia de corazones rotos. ¡Qué soporífero todo! De 25 propuestas 20 baladas. Suiza, otra de las favoritas de las casas de apuestas, buscaba su séptimo micrófono de cristal. Cornelia Jakobs presentó su Hold me closer apoyada por una puesta en escena sencilla, intimista, cercana y muy conmovedora que la dejó un escalón por debajo del Chanelazo.

Sheldon Riley, uno de los artistas emergentes más notables de Australia, defendió con seguridad Not the same. Sheldon ha recibido elogios por su clara habilidad para forjar un sonido y un estilo únicos, como único fue su vestuario en el que despuntaba una cola de plumas y cristales diseñada por él mismo que pesaba la friolera de 45 kilos.

Reino Unido y Polonia rivalizaron con las voces de sus representantes. Por una parte, Sam Ryder interpretó para los británicos Space man, un tema que evoca a las baladas clásicas rockeras al que sus más de 12 millones de seguidores en Tik Tok le auparon al segundo puesto; por otra, Krystian Ochman con The River recordó a Europa que lo suyo viene de familia. Lamentablemente, la puesta en escena no le acompañó. Ese coro de zombies no venía a cuento. Con esa potencia de voz, más le hubiera valido defender la bandera en solitario.

Serbia intentó ganar Eurovisión con la versión marca blanca de María Abramovich. In Corpore Sano, la adusta propuesta de Konstrakta pasará sin pena ni gloria por la historia de eurovisión. Ya sabemos todos que tenemos que comer sano. Otra cosa es que lo hagamos

El sabor español cerró el festival de Eurovisión 2022 de la mano de Estonia. Tras tres intentos fallidos, Stefan Airapetjan consiguió su sueño de representar a su país en Eurovisión con Hope. Su puesta en escena de transpiraba cierto aroma a western y su estética de cowboy estuvo arropada por un vídeo grabado en el desierto de Tabernas (Almería).

Como recomendación para el año próximo, desde el otro lado de la pantalla se ruega a quien corresponda que, por favor, evite el doblaje simultáneo. Resulta muy desagradable mantener la atención durante cuatro horas cuando de fondo escuchas la voz original de los tres presentadores al tiempo que te rechinan dos voces en off intentando hacer la labor de un traductor simultáneo. Eso es antitelevisivo, insufrible e insoportable. La labor de los comentaristas españoles, Tony Aguilar y Julia Varela, debería quedar resumida en los comentarios y chascarrillos de las delegaciones. Un concierto a cinco voces, cuatro idiomas y al unísono arroja al espectador directo a otra cadena. RTVE se lo tendría que hacer ver. Por lo demás, chanelazo total.

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