La protagonista de Top Gun hace años confesó su homosexualidad y se negó a pasar por el quirófano lo que le costó la carrera y la ausencia en la secuela protagonizada por Tom Cruise
El hombre envejece, la mujer desaparece. Lamentablemente así son las cosas frente a la cámara. En el cine, la igualdad ni está ni se la espera. El óxido del tiempo solo afecta a las mujeres que al cruzar el umbral de los 50 o se recauchutan para interpretar personajes 15 años más jóvenes o se esfuman en el crepúsculo. Eso es lo que le ha pasado a Kelly McGillis, mito erótico de los 80, pareja de Tom Cruise en Top Gun y fantasma en la secuela del clásico que se estrenó el pasado viernes en salas de cine.
Lo cierto es que la actriz ya lo denunció en una entrevista con Entretaiment Tonight cuando arrancó el rodaje, en 2019, “soy demasiado vieja, estoy gorda, aparento la edad que tengo y no es esto lo que buscan para la película. Prefiero sentirme tranquila en mi piel y fiel a mi edad”.
Kelly McGillis, la que un día fuera todo un sex symbol, ya no mola. Su presencia jamás fue una opción en la cinta, ha sido sustituida por una estupenda Jennifer Connelly que no representa los 51 años que tiene.
Top Gun: Maverick promete ser el taquillazo de la temporada, su director, Joseph Kosinski, ha conseguido el equilibrio perfecto entre la novedad y la morriña. Por la secuela de la película que abrió las puertas del gran Hollywood a Tom Cruise en 1986 pululan las historias que marcaron al protagonista. Resucita Nick Goose Bradshaw (Anthony Edwards), el compañero perdido cuyo trauma todavía está sin superar. Recupera el director, a modo de flashback, imágenes de antaño en las que se reconocen los compañeros de clase, incluso en algún momento surge el rostro de Meg Ryan (otra invisible), la viuda de Goose, que es la madre del teniente Bradley Rooster Bradshaw (Miles Teller), ese al que Tom Cruise debe instruir y formar.
Paradójicamente, en la secuela no hay ni rastro de Charlie Blackwood, la astrofísica y profesora de aviación que vivió un tórrido romance con el arrogante Maverick, espina dorsal del taquillazo que fue en su día Top Gun. Basta recordar que la cinta costó algo menos de 14 millones de euros y recaudó 336. Top Gun nunca fue una obra maestra, jamás quiso ese título, pero rezuma unos diálogos memorables, temas inolvidables y ha creado un imaginario a su alrededor que sobrevive en 2022 gracias a su secuela.
En 1986 Kelly McGillis era la estrella de la película. La rubia explosiva, sex symbol de los 80, acababa de estrenar Único testigo con Harrison Ford por la que había sido nominada al Globo de Oro y a los Bafta. Por su parte, como gran currículo, Tom Cruise portaba en su mochila un personaje en Rebeldes de Francis Ford Coppola, apagado por la luz de sus compañeros Matt Dillon y Rob Lowe; algunos fracasos de taquilla y comenzaba a recoger los frutos del éxito de Risky Business, la ópera prima de Paul Brickman por la que también había sido nominado a un Globo de Oro.
Kelly McGillis aterrizó en el rodaje Top Gun en el último momento. Tras analizar el guion, el estudio forzó la necesidad de contar con un personaje sexy que fuera el alter ego de Maverick. Tampoco estaba previsto un romance entre la profesora y el alumno; pero, tras un sondeo de opinión, la productora vio que el público demandaba un romance en la película. Y así surgió la historia de amor prohibida que obsesionó a millones de jóvenes. Un idilio para el que Tom Cruise tuvo que tirar de alzas por primera vez en su historia profesional, ya que McGillis le sacaba 10 centímetros al actor.
La desaparición de McGillis en Top Gun: Maverick reabre el eterno debate, ese que denuncia que las mujeres maduras no existen en el cine. Salvo contadas excepciones. Lo cierto es que a ella le importa un bledo no formar parte del casting. Hace muchos años que decidió huir de Hollywood, hoy trabaja como actriz en contadas ocasiones (su última aparición fue en 2020 en un capítulo de Dirty John).
Kelly McGillis siempre quiso ser actriz. Se formó en Julliard, academia de la que surgieron actores y actrices como Robin Williams, Adam Driver, Jessica Chastain y Oscar Isaac. Como tantos compañeros, alternó sus primeras interpretaciones con un trabajo de camarera. Precisamente detrás de aquella barra la encontró Peter Weir y la convirtió en la madre amish de Único testigo que la lanzó al estrellato. “Fue una gran etapa en mi carrera, aunque en realidad yo nunca luché demasiado para conseguir ninguno de esos papeles. Fui a estudiar, y no me molestaba ganarme la vida como camarera la mayor parte del tiempo y actuar de vez en cuando, que es generalmente la norma para la mayoría de la gente que dice que quiere actuar. Me presenté a las audiciones como todo el mundo, y me dieron los papeles. Todo se debió a la suerte”, confesaba la actriz en una entrevista.
En 1982, mientras intentaba abrirse paso como actriz y se ganaba la vida como camarera, sufrió una violación. La traumática experiencia inspiró a la actriz para aceptar el papel de la abogada de Acusados, filme por el que Jodie Foster obtuvo el Oscar a la Mejor Interpretación Femenina.
Tras el éxito de Top Gun los guiones y las ofertas millonarias se amontonaban sobre el escritorio de su agente. Había nacido una estrella, una estrella que brilló un instante. Todo se torció cuando McGillis protagonizó El cazador de gatos de Abel Ferrara en 1989. Por lo visto el rodaje fue tan desagradable que McGillis decidió acabar con todo. Hasta ahí había llegado la estela de aquel astro recién nacido “Ya no quería volver a actuar. Me rapé el cabello y me fui a vivir a un barco durante seis meses. Fue una experiencia que me abrió los ojos”.
Años más tarde, cuando decidió regresar a la pantalla, los productores le exigieron ciertos cambios físicos: debía someterse a cirugía estética puesto que las arrugas son un anatema en Hollywood. Recién estrenada la cuarentena, ella se sentía joven y se negó a pasar por el quirófano. Así, su carrera se difuminó entre telefilmes, películas de serie b y grandes periodos de ausencia. “Tener 43 años y no estar dispuesta a pasar por quirófano para que te cambien la cara hace todo más difícil”, se justificaba.
A Kelly McGillis jamás le ha temblado el pulso a la hora de retar a la pacata sociedad hollywoodense. Primero se enfrentó a la tiranía de las formas y la juventud y, más tarde, harta de vivir dentro del armario, gritó al mundo su condición de lesbiana. Algo que ella supo siempre, pero escondió forzada por la sociedad. Antes de casarse con Fred Tillman ya había tenido relaciones con mujeres. “Estaba locamente enamorada de Fred, pero, en el fondo, siempre supe que no era la verdad. Nunca fui deshonesta con él sobre mi pasado, fue una gran lucha conmigo misma”. En 2010 McGillis se casó con Melania Leis, una mujer varios años más joven que ella que trabajaba como camarera en el restaurante que Kelly tenía en Florida junto a su exmarido.
Actualmente, McGillis vive alejada del glamour de Hollywood. Hace años se estableció en Carolina del Norte donde, de vez en cuando, da clases de interpretación y colabora como voluntaria en un centro de rehabilitación de adicciones, el mismo que, hace tiempo, le ayudó a abandonar el alcohol y el consumo de sustancias.
Sostiene Kelly McGillis que “dentro de poco, en Hollywood, no habrá nadie que parezca de 50 años”. Al contrario que sus compañeros, ella vive en paz, acepta los surcos que el paso del tiempo ha dejado en su rostro y en su figura. Huye de pinchazos de colágeno, ácido hialurónico, bótox, incluso de las dietas. “En realidad, lo normal es que una señora de más de 60 tengo el físico algo ajado y arrugas en la cara. Lo raro son las caras hinchadas y sin gestualidad, rostros petrificados que se parecen entre sí”.
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